¡Qué inteligente eres! ¡Eres bueno para los deportes! ¡Bien! ¡Eres todo un artista! ¡En esta familia nadie ha nacido para la matemática! Seguro que has usado alguna de estas expresiones en más de una ocasión para ayudar a que tu hijo o hija tenga una buena autoestima o simplemente para elogiarlos. Pero ¿sabías que ninguna de estas ideas ayuda a mejorar a tu hijo en realidad? ¿Por qué? Te contaremos las historias de Erika y Lucas para entender mejor.
Erika es una niña de 10 años. Usualmente le va bien en el curso de Ciencias en su colegio, pero justo han empezado a desarrollar un tema que no está comprendiendo. Los papás y profesores de Erika siempre le han dicho que es inteligente, que tiene talento natural para las ciencias. Por eso, ahora que empieza a tener dificultades, ella siente vergüenza de preguntar y de reconocer que no comprende, pues no quiere que sus papás empiecen a dudar sobre lo inteligente que es.
Ella trata de estudiar por su cuenta, pero se frustra y no puede. Tampoco quiere que la vean estudiando Ciencias ni esforzándose, pues una vez más se pondría en evidencia que no es tan talentosa como todos piensan y porque no quiere demostrar que ha fracasado. Finalmente, cansada de no entender, empieza a decir que se ha dado cuenta que no le gustan las ciencias en realidad y que le da flojera estudiar, que va a empezar a bajar en sus notas en este curso y que no se sorprendan.
Por otro lado, tenemos la historia de Lucas, él, contrariamente a Erika, desde pequeño escuchó que nadie en su familia había sido bueno en Ciencias, que tenían mucho talento solamente para dibujar. Por lo tanto, él estaba convencido de que no había nacido para eso y que no había nada más que hacer, incluso, ya ni intentaba escuchar las clases de este curso, no quería preguntar ni hacer las tareas. Para él y para todos era normal y esperable que Lucas tuviera malas calificaciones en el curso.
¿Qué tienen en común Lucas y Erika? Pues mucho, por un lado, ambos dejaron de esforzarse para lograr una meta (aprender Ciencias). Por otro lado, ambos recibieron los mismos mensajes de sus padres y docentes: “Tienes talento” (o “No lo tienes”), “Eres inteligente para hacer algo” (o “No eres inteligente para esto”); tanto Erika como Lucas, concluyeron que igualmente no necesitan esforzarse. Erika no lo necesita pues su inteligencia es natural y ese siempre fue el motivo de su éxito y Lucas tampoco necesita esforzarse pues haga lo que haga nunca aprenderá Ciencias.
Como puede ver, este tipo de “elogios”, les dejan mensajes a nuestros hijos que terminan siendo perjudiciales y contraproducentes, que los invitan a no esforzarse, a no aprender, a no preguntar, a sentir vergüenza de no entender, a tener que demostrar todo el tiempo que son buenos o a actuar en coherencia en caso no lo sean, a considerar que el éxito y el fracaso son permanentes, o que siempre somos inteligente o siempre no lo somos. Hacen que piensen que nacieron o que no nacieron con determinada inteligencia y que esta inteligencia es fija o no se puede desarrollar más.
¿Cómo puedes ayudar a tu hijo a que se esfuerce y mejore?
A tu hijo o hija le resultará útil que le des información exacta sobre qué es lo que ha hecho para que ese trabajo, acción o tarea sean buenas; elogia, pero no su inteligencia o su persona misma, sino lo que realmente hizo para que sea bueno en algo, por ejemplo:
En vez de decir: | Mejor dile: |
¡Qué inteligente eres! | Te he visto practicar mucho y ahora veo que has aprendido… |
¡Eres bueno para Matemática! | Veo que has hecho un gráfico para resolver el problema, ¿cómo se te ocurrió eso? |
¡Bien! | Veo que te has esforzado mucho cuando has hecho esto… |
¡Eres todo un artista! | Tu dibujo está limpio, la cuadrícula que has usado te ha ayudado a que se parezca mucho al original, los colores combinan muy bien. |
¡En esta familia nadie ha nacido para la Matemática! | Ese error también lo cometí cuando aprendí ese tema. ¿De dónde viene ese error?
¿Qué te parece si buscamos juntos información? |
Con estos mensajes le estamos diciendo qué han hecho, por lo tanto, nuestros hijos entienden que deben seguir haciendo lo mismo para que sean buenos en algo, por ejemplo, seguir practicando, seguir esforzándose, seguir usando gráficos para resolver un problema, aprender del error, preguntar, etc. También, ellos entienden que lograrán aprender y mejorar con el esfuerzo y que su inteligencia no es fija, es decir puede cambiar con el esfuerzo.
Cuando una persona, incluso adulta, piensa que puede “ser más inteligente”, que puede desarrollar sus habilidades y talentos, decimos que tiene una Mentalidad de Crecimiento. Ese es el tipo de mentalidad que debemos desarrollar en nuestros hijos para que puedan siempre mejorar, aprender y plantearse retos cada vez más complejos. Sin duda esta es una enseñanza que les servirá toda la vida. Para ello debemos estar atentos a cada uno de los mensajes que les damos, no solo cuando hablamos sino también al actuar.
Ursula Asmad
Coordinadora de Evaluación de Aprendizajes